domingo, agosto 03, 2008

Sociedad
Brecha digital: la función social de los cibercafés
Cuestionados muchas veces porque ofrecen a los menores acceso a páginas de pornografía y a videojuegos que incentivan la violencia, o porque a menudo es allí donde las redes de pedofilia buscan a sus víctimas, los cibercafés permiten que toda una generación de chicos de escasos recursos se suba al tren digital
Por Gustavo Barco


Se puede decir de todo de los cíbers: que nadie controla realmente qué hacen los chicos conectados por horas, que algunos juegos en red que practican incentivan la violencia, que hasta allí llegan los pedófilos para reclutar niños y adolescentes para sus fiestas sexuales, que muchos padres los usan como "guardería/depósito", que son base de operaciones para todo tipo de comercio marginal. Lo que pocos pueden negar es que, por unos pesos, les permitieron a millones de argentinos colgarse al tren digital y dar sus primeros pasos en el mundo multiconectado del nuevo siglo, al que no hubieran tenido acceso de otra manera.

Después de la crisis de 2001, tener un locutorio o cibercafé fue el refugio que encontraron los buscadores de oportunidades de negocios, entre ellos, miles de desempleados que invirtieron sus ahorros para poder subsistir en un país que se derrumbaba. La consultora Carrier y asociados estimaba en 6150 el total de locutorios cibercafés en el área metropolitana a fines de 2006. La cifra habla de un notable crecimiento de la actividad si se tiene en cuenta que sólo existían 1353 en 2002.

A partir de entonces, sin proponérselo, los propietarios y empleados de locutorios con servicios de conexión a Internet cumplieron, según los expertos, un inesperado rol social que ayudó a achicar la llamada "brecha digital", al menos en lo que respecta a acercar a la tecnología a quienes no pueden tener banda ancha o computadora en su casa, e incluso a estratos sociales bajos y vulnerables, como los chicos en situación de calle.

Cierta "democratización" del uso, la horizontalidad en el acceso tan ansiada por los gurúes tecnológicos, había llegado de la mano del mercado.

Cuando se habla de la famosa brecha se tienen en cuenta dos vertientes: por un lado, la apropiación de las tecnologías por parte de la población, la capacidad de hacer un uso útil de ellas; por el otro, la conectividad, que se puede medir, tanto por la frecuencia con que la población se conecta a Internet como por el tiempo que permanece "navegando".
Pertenecer, a pesar de todo

La cantidad de personas que se conecta a la red en América latina ha aumentado un 466,2% desde el año 2000, según Internet World Stats. En Brasil está el 47,4% de usuarios de América latina y la Argentina ocupa el segundo lugar, con el 18,4% (más de 16 millones de "conectados"). Si bien el índice es bajo en relación con los países más desarrollados, es superior a la media mundial: 17,2%.

¿Cuántos argentinos serían analfabetos tecnológicos sin los cibercafés? ¿Una exageración o una ausencia marcada del Estado que no tuvo reflejos para reaccionar ante ese desafío de la aldea global?

"Pum, pum! ¡Ah! Ahí tenés, ¡tomá, gato!", se oye entre el piberío que asiste al cíber "Kaos", en el barrio Ejército de los Andes, también conocido como "Fuerte Apache". El nene que fue herido de muerte en el mundo virtual del Counter-Strike no se reprime y exclama: "Andate a la mier ", y, antes de que la frase termine, el dueño gritará un "¡Che! La boca, ¿eh?" que calmará las aguas y cortará las miradas eléctricas entre los chicos. Saben que, si la siguen, no volverán a sentarse en las máquinas que los conecta al mundo. Cada vez que se abre la puerta de vidrio del cíber, cubierta con papel celofán azul, entra el resplandor de la tarde fría que reverbera en los fusiles de los gendarmes que custodian el barrio.

"Los conozco a todos, las madres los dejan acá y después los pasan a buscar, es como una guardería. Los chicos tienen cuentas corrientes, vienen por la tardecita. Los más grandes están por la tarde y por la noche. La mayoría viene a ver sus casillas de mail o a chatear en el MSN. Se conectan para buscar trabajo o mandar un currículum, aquí nadie tiene Internet en su casa", cuenta el propietario, Néstor "el chanchi" Areco, que tiene 35 máquinas y, según dijo, más de 300 cuentas corrientes de diferentes niños, niñas y adolescentes de la zona. "Hace un par de años era terrible, les tenía que enseñar todo, bajar cosas de Internet; debo de haber abierto como mil casillas de correo nuevas en esa época Ahora ya aprendieron y si no saben se preguntan entre ellos o mando a alguno que ya sepa para que les enseñe", dice el hombre, y aprovecha para denunciar que los vecinos piden conexiones a Internet y que las empresas de telefonía que las proveen no quieren ingresar al barrio. "!Nos discriminan!", reiteran los chicos sin dejar de mirar las pantallas.

Este espacio de pertenencia y el ámbito de encuentro físico y virtual, que influyó tanto en chicos como en adultos, fue estudiado y analizado por Susana Finquelievich, investigadora independiente del Conicet, y por Alejandro Prince, licenciado en marketing, en el libro El (involuntario) rol social de los cibercafés : "Los cíbers no sólo proveen conectividad a más de un tercio de los cibernautas argentinos: se la proveen preferentemente a los grupos socioeconómicos más bajos, a los habitantes del interior, a los jóvenes y a las mujeres. Sin duda cumplen un rol social, aunque éste sea la consecuencia secundaria de iniciativas económicas en pequeña escala. La famosa brecha digital ha sido conceptualizada en términos binarios: un individuo tiene acceso o no a Internet, usa esta tecnología o no. Este enfoque erróneo y simplista implica que, cuando en un país sube el número de habitantes conectados -ya sea debido a políticas estatales o, como en el caso argentino, a la iniciativa privada-, se declara prácticamente ganada la batalla contra esta brecha y se cree que tener acceso a Internet anula las inequidades presentes y potenciales".
Lugar de iniciación

Los cibercafés son con frecuencia, según Finquelievich, el lugar donde se accede a Internet por primera vez (en 2006, el 42% de los navegantes tuvo su debut en Internet en un cibercafé y el 34,5% en su hogar), donde "el usuario inexperto se vuelve cibernauta". En el libro, uno de los datos que sorprende es la comprobación de que los cibercafés han superado a la escuela, al hogar y al lugar de trabajo a la hora de iniciar en la informática a los jóvenes más necesitados: "el número de personas que aprendió pragmáticamente el uso de Internet en los cibercafés es superior al de quienes se instruyeron en sus hogares y supera a los que aprendieron en sus lugares de trabajo, dejando en un lejano cuarto lugar a las instituciones educativas".

Para Sergio Balardini, investigador de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (Flacso), el espacio creado por los cíbers debería ser aprovechado por el Estado para achicar la brecha digital, no observarlo como un enemigo sino como un aliado contra la exclusión tecnológica: "¿Sería la brecha digital más grande de no haber existido los cíbers? Creo que sí. El rol de los cíbers es importante porque acercaron las nuevas tecnologías a sectores sociales que, si no, no hubieran podido participar de ellas. ¿Acercaron conocimiento? Sí, acercaron también conocimiento, pero una cosa es tener un programa de capacitación y formación vinculado al uso de estas tecnologías y otra es disponer de ellas sin ninguna clase de tutoría que no sea el ensayo-error o la repregunta a una persona próxima. Me parece que ahí el rol del Estado a través de la escuela es diferente, porque puede trabajar y orientar en programas de inclusión y en la utilización más productiva de estas tecnologías. Es un rol diferente que el mercado no puede sustituir".

Todas las fuentes consultadas recordaron y rescataron la iniciativa que surgió en el gobierno de Jorge Telerman cuando, en 2006, inauguró dos cíbers para los chicos en situación de calle, uno en Boedo y otro en el centro porteño. Los operadores de calle del Gobierno de la Ciudad habían descubierto que hasta el 70% del dinero que los pibes recaudaban por mendicidad, limpieza de parabrisas o venta de estampitas -entre otras actividades- se lo gastaban en los cíbers. La idea era atraerlos con las compus para hacerles un mayor seguimiento, ofrecerles una merienda, un lugar donde ducharse, dormir, y apoyo integral para intentar sacarlos paulatinamente de la calle. Algunos datos relevados por ese programa indicaban que el 50% de los chicos en situación de calle tenían casilla de correo, y un 22%, perfil en fotolog. Esto plantea una paradoja: los chicos en situación de calle no tienen vivienda física, pero sí una cuenta de correo, una suerte de lugar virtual propio, en donde forjan y refuerzan su identidad por su existencia en la red, en donde pasan a ser "visibles".

Entre las primeras acciones del flamante gobierno de Macri, se ordenó cerrar esos dos "ciberencuentros", como los había denominado el gobierno de Telerman. Crítica de aquel programa ("Los chicos no iban, hay informes de auditoría que lo demuestran. El tipo de trabajo que se hacía no tenía impacto", explicó), la subsecretaria de Desarrollo Social de la Ciudad de Buenos Aires, Soledad Acuña, adelantó a LA NACION que el gobierno de Macri planea abrir 35 "Centros de Inclusión Digital" en cuatro años, de la mano de convenios con Telecom y Microsoft -con software educativo especial y docentes capacitados, asegura-, y que el primero se abrirá este mes, en un Centro de Acción Familiar (CAP) del Bajo Flores, dentro de la villa 1-11-14. Cinco de ellos estarán focalizados en la niñez y otros cinco en acercar las nuevas tecnologías a la tercera edad.

"Que un chico vaya y juegue un jueguito en Internet no le garantiza que tenga un buen contacto con la tecnología. ¿A ese chico le va a servir como herramienta a futuro? No necesariamente, si eso no va a acompañado de otro tipo de intervención, por parte del Estado, en términos de transformación de la computadora en una herramienta para la formación, la educación y el trabajo", subrayó Acuña.

Según los planes del macrismo, los cíbers ya existentes en la Ciudad no estarán incluidos en la política de Estado, inclusión que sí aconsejan, y punto en el que coinciden, los expertos e investigadores como Finquelievich, Prince y Balardini.

"El Estado, sabiendo que el cíber es un sitio en donde los adolescentes se encuentran mucho tiempo, debería tener una política, como aprovechar los horarios libres de los cíbers para que esas computadoras sean usadas por chicos de algunas escuelas que no tengan máquinas, que se puedan dictar allí cursos de capacitación a docentes. Hay que pensar al cíber como aliado y no como rival de la escuela", enfatizó Balardini.

Los consejos no son antojadizos y tienen el respaldo del número creciente de usuarios de cibercafés que crece año tras año. Según un estudio de Prince & Cooke, en diciembre de 2006, más de 3.380.000 de usuarios de Internet se conectaban exclusivamente desde los cibercafés (un 26% del total). Si se incluye a todos aquellos que utilizan cibercafés (además de otros lugares de acceso), el número ascendía a 34% de usuarios totales: es decir, 4.420.000 personas utilizaban los cíbers para acceder al ciberespacio. La Cámara Argentina de Locutorios estimó que hay en la Argentina más de 10.000 cibercafés y, según el último estudio de Carrier & Asoc., de agosto de 2007, los cibercafés permiten el uso de la red a unos 5,5 millones de argentinos.

El informe dice que para los segmentos bajos y medio bajos es la forma de acceder a una PC conectada a banda ancha; para los segmentos medios y altos, es la manera de conectarse sin preocuparse por las complejidades de la informática y como un complemento al estar lejos de la PC del hogar y el trabajo.

Karina Nemes, empleada en una AFJP, 37 años, madre de un adolescente, que vive y trabaja en el centro porteño, plantea a los cíbers como una nueva forma de privacidad: "Tengo Internet en casa y en el trabajo también. Venir al cíber funciona también como una especie de nueva privacidad, no porque sea algo prohibido; acá me siento libre, en casa está mi hijo y no es lo mismo. Siempre está mirando para ver si me mando alguna macana. Una vez acepté un virus ¡Hizo un escándalo! Aquí me olvido de eso".

A pesar de que el mundo de los cíbers pareciera estar acaparado por los más jóvenes (los menores de 18 años los usan más de dos veces a la semana, en promedio), los últimos estudios de Prince & Cook indican que cada vez más los usuarios de entre 36 y 45 años se aproximan a esa media, con un promedio de una vez por semana.

"Aprendí acá, gracias a los chicos del cíber que me enseñaron cómo entrar al MSN, y chateo con mi hija que está en Italia... Yo no sabía ni apretar ´enter . ¿Sabés cómo la extraño?", cuenta Roberto Rossi, vendedor, 48 años, que se conecta todos los días para chequear sus mails en el cíber "Ground Cero", de Pompeya. Una modalidad que se repite en infinidad de locales, en donde se pueden ver familias enteras alrededor de la computadora y su videocámara, saludando a sus seres queridos en cualquier punto del planeta.

"Entro a un chat inglés y practico el idioma, lo uso para hacer algunas tareas. En los cíbers hay de todo, yo vi de todo desde que empecé a conectarme: gente que se queda dormida en las máquinas, tipos que, venís de día y están, venís de noche ¡y están! La gente los usa para un montón de cosas y está bueno porque no muchos pueden costearse una "compu", cuenta Eduardo Reyna, estudiante de profesorado de inglés, 23 años, en un cíber de Flores abierto las 24 horas.

Ese "de todo" del cibernauta apareció repetidas veces entre los usuarios entrevistados por LA NACION, aludiendo a la seguridad en los cíbers, en la que confían algunos padres que dejan a sus hijos allí para que se conecten a la world wide web o los juegos en red. Sin ánimos alarmistas, hace una semana se desbarató una banda de pedófilos que reclutaba niños y adolescentes en cíbers de Zona Norte. En septiembre del año pasado, según el diario Beijing News , un joven chino de 30 años falleció en un cíber después de estar más de tres días conectado a Internet. Todavía se recuerda en Moreno la muerte del chico de 12 años que jugaba en el cíber cuando una bala lo atravesó mientras se robaban la caja.

Muy lejos de los denominados "ciberdelincuentes" descriptos en el libro Mc Mafia , del inglés Misha Glenny, se sabe de todos modos que los miles de cibercafés son testigos de las transacciones del comercio marginal de chips, celulares, zapatillas, estéreos, mp3 y muchas otras mercancías robadas por rateros de poca monta que buscan vender al mejor postor y con la protección del anonimato.

A pesar de todo esto, las ventajas de tener "ciberoficinas" y conectividad en puntos fijos como paradigma de la movilidad (los expertos dicen que no sólo se es usuario móvil por usar tecnologías móviles o inalámbricas, como celulares, o el Wi Fi) parecen muchísimas. Tantas que, esta nota, este párrafo, fue escrito y enviado desde un cíber, a cuadras de la villa más poblada y peligrosa de la Ciudad de Buenos Aires, en medio de chicos que cantan por lo bajo sus canciones favoritas que escuchan y miran por Youtube, de una madre que recorre el lugar buscando a su hijo, un muchacho conectado a una página de búsqueda de empleos, y una joven que mira para ambos lados, se anima, y al fin tira un beso a la videocámara.
Utopías y promesas cumplidas

Tal vez no todas las promesas de Internet terminen cumpliéndose. Seguramente, ni su vocación de horizontalidad ni su utopía democratizadora puedan contra la marca de la inequidad. Pero Richard, que no entiende de esas cosas, siente que gracias a la Red está viviendo un sueño. El lo siente así, y también sus amigos de infancia, con los que creció hasta que empezó a aislarse. Tal vez no soportaba ser el sordomudo del barrio: no entender y que no lo entendieran. Hasta hace poco, un abrazo, un saludo y sonrisas amigables eran todo lo que se podían intercambiar. Hoy, Richard, de 37 años, tiene MSN. Después del trabajo va directo al cíber y cuando ve que su amigo periodista está conectado disfruta con una carcajada. Como aquella primera vez que chatearon y pudieron ponerse al día después de años sin poder hablar de River, de mujeres, de los hijos o de la vida. Ese día Richard llegó, puso las manos sobre el teclado y saludó, por primera vez, de la forma en que sólo los amigos de la infancia pueden y están autorizados a saludar: "Hola, puto. =) ".

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